Movimiento Ciudadano: una construcción autogenerada.

Asisto -como muchas personas- al triste espectáculo de otro rutinario proceso de instalación de una nueva administración formal en el país, esta vez con los equipos humanos, estrategias y financiamiento tras las figuras de Alejandro Guillier y de Sebastián Piñera.

El sentimiento aludido obedece a la constatación de que no estamos cerca de alcanzar un nivel de consciencia Ciudadano suficiente, para comprender que el arte de la convivencia social sólo es posible desde la propia habilidad para responder cada quien por sus decisiones cotidianas que -reconózcase o no- son de carácter incumbente para sí mismo y para el ecosistema al que se pertenece. 

Es esta falencia nuestra en el plano colectivo, la que explica que una y otra vez pretendamos que sean “otros”, e incluso casi cualquier otro, quien “se encargue” de “hacer lo que haya que hacer“ en la resolución de los asuntos comunes, mientras cada cual “continúa trabajando” o haciéndose cargo -acaso- de los asuntos propios personales.

Así ocurre con los centros de apoderados del curso de nuestros hijos e hijas, y así también sucede con la administración del país en que vivimos. 

Habilidad para responder por sí mismo/a, por cada decisión cotidiana, es el significado de responsabilidad.

Es una administración formal, porque la gestión real se encuentra en otro lugar, por encima de quienes aparecen como “primer mandatario” y sus equipos. El verdadero poder ha sabido cautelar su propio centro de gravedad; es el dueño del ave con la cual conduce a la Nación, a veces desde el ala izquierda y otras veces desde el ala derecha, presentando diferencias controladas en uno u otro caso, de cara a una población confundida que -aunque de modo decreciente- siempre ha creído estar eligiendo a “sus autoridades”, emergidas convenientemente desde el mismo poder fáctico que controla a la clase política, a los medios de difusión masivos, el movimiento de los grandes capitales y, en definitiva, el diseño de desarrollo.

La primera gran tarea de una Nación es la autodeterminación, tal como ocurre -o debiera ocurrir- con cada persona que alcanza la edad adulta y la plenitud de sus capacidades. Y este desafío trasciende cualquier individualismo y es superior a todo programa de gobierno que, con posterioridad, deberá ser propuesto, consensuado,  ejecutado y evaluado por la propia Ciudadanía, a través de los mecanismos que genere para ello, sin que persona alguna se arrogue una autoridad más allá de la que la Nación le otorgue, por períodos definidos y en función del Programa de trabajo mandatado por el Pueblo.

No corresponde, entonces, impulsar un Programa de Gobierno acabado, antes de generar la consciencia e instalar la práctica del autogobierno, desde cada asentamiento humano del país, puesto que, precisamente, es la autoridad de la Nación, esto es, la propia Ciudadanía, la que deberá definir el camino que desea recorrer hacia el desarrollo, una vez que ha decidido hacerse cargo de sí misma.

Carlos Ramón.
(del 27/11/17)

Publicado por

Carlos Ramón Silva

Escribo para desahogar. Es mejor que predicar en el desierto.

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